A todos nos asusta lo desconocido, la tan manida zona de confort habitualmente nos atrapa en un cúmulo de hábitos automáticos que nos hace repetir día tras día la misma rutina, como si estuviéramos corriendo en la rueda de un hámster. Durante mucho tiempo me he preguntado por qué nos asusta tanto, hacer cosas nuevas, vivir experiencias, en definitiva, formarte.
En mi caso estoy seguro de que esta situación la componen dos factores clave:
- Uno es la incertidumbre a la que te enfrentas cuando afrontas una nueva actividad, etapa o desempeño en tu vida.
- El segundo factor es la falta de determinación y enfoque empleado en hacer las cosas, como si los motivos por los que decidimos empezar algo no fueran suficientemente fuertes, y por ello resulta fácil justificar los abandonos.
Reconozco que siempre que empiezo a desarrollar una nueva habilidad, a comenzar con un proceso de formación o nuevo proyecto, sufro por ambos factores, me asusta la incertidumbre y ante los primeros traspiés busco motivos más que razonables que me excusen si decido no seguir adelante.
Por esto me esfuerzo en tener presente a diario que la formación conlleva fases, cada una de ellas deben ser superadas siempre, no existen atajos y no permite escatimar. Además de esto, tomo como combustible mis propios ejemplos para seguir adelante, diciéndome cosas como:
- Pensabas que no podrías terminar la carrera, y lo hiciste.
- Creías imposible poder llegar a mantener una conversación en inglés y llegaste a cerrar acuerdos de compra.
- Asegurabas que escribir un libro no estaba a tu alcance y lo has publicado.
Y termino diciéndome: Ahora piensas que esto es difícil, como lo pensabas también en aquellos momentos.
El aprendizaje es un proceso que conlleva determinación, constancia y esfuerzo, con el tiempo me he dado cuenta de que esto es lo que le confiere aún más valor.
¿De verdad quieres formarte en algo? Acepta el proceso.